Pero, ¿Qué podría sentir un ciudadano del común, si fuera tildado de corrupto? Creo que podría ser una de las mayores ofensas, y las respuestas serían múltiples, pero me atrevo a afirmar que ninguno de los aludidos aceptaría tal descalificación.

Culturalmente existe la costumbre de llamar corruptos a los políticos, a los funcionarios públicos y a la fuerza pública, e insisto es real y evidente que en estos tres grupos por no citar más efectivamente existen casos tangibles de corrupción, como los múltiples escándalos de los que fueron objeto el gabinete del expresidente Uribe con personajes como Andrés Felipe Arias uno de los más conocidos y recordados por el escándalo de Agro Ingreso Seguro, programa que pudo beneficiar a familias campesinas pero que fue desviado a favorecer a sus “amiguis”. En la categoría de funcionarios públicos; podemos citar a todos aquellos involucrados en las chuzadas del DAS, o recordar a Sandra Morelli, excontralora General de la Nación, que por la celebración indebida del controvertido un contrato de arrendamiento, los funcionarios están regados por toda Bogotá sin una sede fija. Y que decir de las fuerzas militares, institución que me produce escozor desde la arremetida violenta contra los defensores del Humedal de la Conejera en Suba, favoreciendo una construcción liderada por los cuñados del Alcalde Petro.

En fin, serían incontables los casos de corrupción en las esferas del poder. Sin embargo, quiero referirme a los casos cotidianos de corrupción que vemos en las entidades, pasillos y calles de nuestra ciudad. Me atrevo a afirmar que se trata de un “virus” que en Colombia tenemos todos y todas.

Ahora bien, lo importante es revisar en qué etapa se encuentra dicho “virus” y empezar a tratarlo. ¿Cómo saber entonces que se padece de “Corrupcionitis”? El diagnóstico puede dar positivo desde los primeros síntomas: La justificación para parquear en un lugar no autorizado, colarse en transmilenio por que el “sistema es nefasto”, justificarse para cruzarse un semáforo, para colarse una fila, para hacer conejo unos a otros… Todo lo que en el fondo cualquier ciudadano puede saber que no es un proceder correcto, que no aporta a la ciudad pero igual se justifica, se hace, y se repite. La justificación puede venir de preguntas como ¿Si “el  vecino” lo hace, porque no habría de hacerlo Yo?, es esta manera de pensar la que realmente enferma a la sociedad.

Otra de las etapas del virus es la indiferencia, cuando se presencian casos de injusticia y ya no afecta y se prefiere voltear el rostro para no verlo, cuando importa más el futbol que el hambre, la novela más que la crisis de la educación, la moda más que el hábitat, son síntomas de este “virus” en una etapa más avanzada.

La lucha contra este flagelo le corresponde a todos y cada uno de nosotros como componentes claves de la sociedad. La corrupción no la acabará un gobierno de turno, no la cambiará una política pública, ni siquiera la firma de la Paz. Esto no significa que se trata de una enfermedad sin cura. El tratamiento consiste en  empezar a transformar la cultura, a través de un reconocimiento de esta realidad. Esto podría permitir una reconstrucción de la manera de entender el vivir la ciudad sin justificar el atajo y la ventaja sobre el conciudadano. Evitar los señalamientos al vecino y asumir las propias responsabilidades.

El llamado es pensar desde la cotidianidad y preguntarse ¿Qué hago yo por mi ciudad? Antes de hablar de los terribles males que aquejan a Bogotá. Se puede pensar que el servicio de transporte público funciona mal, por supuesto, sin embargo, es más constructivo pensar ¿Qué puedo hacer yo para mejorarlo? Ahora bien, la contaminación de la ciudad es un problema creciente ¿Qué puedo hacer para disminuirla? Que la ciudad tiene un mal gobierno, de acuerdo, la solución es saber votar. Lamentarse  por los animalitos del humedal la conejera y llorar por lo bonito que era, mirando con indiferencia a quienes sacaron a bolillo por defender ese lugar, no soluciona el problema ni evita el ecocidio que se está dando en ese lugar.

Bogotá solo puede arreglarse desde adentro y por aquellos que la habitamos.